LA MATANZA DE LOS NIÑOS INOCENTES SEGÚN EMMERICK
La matanza de los Inocentes es un episodio relatado en el Nuevo Testamento con carácter singular: de los cuatro evangelios canónicos, el único que lo relata es el Evangelio de Mateo (Mt 2, tiene su antecedente más directo en el episodio protagonizado por el gran enemigo del pueblo hebreo: los egipcios, quienes ordenaron asesinar a los bebés y forzaron a la familia de Moisés a esconderle en el río.
El Relato de Emmerick tiene contenidos que no figuran en los evangelios y que conviene conocer.

Se apareció un ángel a María y le hizo saber la matanza de los niños inocentes por el rey Herodes. María y José se afligieron mucho y el niño Jesús que tenía entonces un año y medio, lloro todo el día.
Como no volvieron los Reyes Magos a Jerusalén vi a las madres con sus niños, desde los bebés en brazos hasta los dos años, dirigiéndose a Jerusalén. Venían de los diferentes lugares de alrededor de la Ciudad Santa, en los que Herodes, había colocado soldados, con una proclama para acercar a las madres con sus niños. Debian venir de Belen y Gigal y Hebrón. Vi que muchas mujeres, incluso de las fronteras árabes, llevaban a sus hijos a Jerusalén, y éstas tenían que hacer un viaje de más de un día. Las madres iban en grupos diversos, algunas con dos niños montados en asnos.
La matanza tuvo lugar en siete sitios diferentes. Se había engañado a las madres prometiéndoles premios a su fecundidad; por ello se presentaban a las autoridades vistiendo a sus criaturas con sus mejores trajecitos, los maridos eran previamente despedidos y alejados de las madres. Luego separados de ellas, siendo los niños llevados a patios cerrados de un gran edificio y luego fueron degollados, mediante engaño, siendo amontonados y enterrados en fosos. Las madres entraron alegremente, creyendo que iban a recibir regalos y gratificaciones en premio de su fecundidad.
El edificio al que se condujo a las madres y a sus hijos no estaba lejos de la casa que ocupó Pilatos más tarde. Estaba solo, y tan rodeado de muros que nadie de fuera podía oír lo que ocurría dentro. Una puerta que atravesaba un doble muro conducía a un gran patio cerrado por todos los lados por edificios. Los de la derecha y la izquierda eran de una sola planta; el del centro, que parecía una sinagoga vieja y abandonada, tenía dos pisos. Desde los tres se abrían puertas hacia el tribunal. El edificio del medio era una sala de justicia, pues vi en el patio anterior un bloque de piedra, pilares con cadenas y árboles que podían ser atados por sus ramas y luego partirse repentinamente, para despedazar a la gente. Las madres fueron conducidas a través del patio y a los dos edificios laterales, donde fueron encerradas. Al principio me pareció que estaban en una especie de hospital o lazareto. Cuando se vieron así, inesperadamente, privadas de libertad, comenzaron a temer, a llorar y a lamentarse. El piso inferior del tribunal de justicia era una gran sala, como una prisión o una sala de guardia; el superior era también una gran sala desde la que se abrían ventanas al tribunal. En este último estaban reunidos los funcionarios de la justicia, con rollos de escritura colocados ante ellos en mesas.
El propio Herodes estaba allí. Llevaba su corona y un manto púrpura con bordes negros y forrado de pieles blancas. Estaba en las ventanas con muchos otros, mirando la matanza de los inocentes. Las madres, una por una, con sus hijos, fueron llamadas desde los edificios laterales al gran salón bajo la sala del juicio. A su entrada, los soldados les arrebataron los niños y los llevaron al antiguo patio de las ejecuciones, donde otras veinte personas trabajaban activamente con espadas y lanzas, atravesando a las pequeñas criaturas por la garganta y el corazón. Algunos de los niños estaban todavía en pañales, bebés en brazos de sus madres; mientras que otros, capaces de correr, llevaban pequeños vestidos tejidos. Los soldados no les quitaban la ropa, sino que, tras atravesarles el corazón y la garganta, los agarraban por un brazo o una pierna y los amontonaban.
Era un espectáculo terrible. Las madres fueron, una tras otra, empujadas por los soldados hacia la gran sala. Cuando se dieron cuenta del destino de sus pequeños, lanzaron un grito espantoso, se arrancaron los cabellos y se aferraron unos a otros. Eran tantas y, hacia el final, estaban tan apiñadas que apenas podían moverse. Creo que la matanza duró hasta casi la noche. Los cuerpos de los niños asesinados fueron enterrados juntos en una gran fosa común en un patio. Esa noche vi a las madres atadas y llevadas a sus casas por los soldados. Escenas similares se produjeron en otros lugares, pues la masacre se prolongó durante varios días. El número de los Santos Inocentes me fue indicado por otro número que sonaba como ducen, y que tuve que repetir hasta que, creo, el total ascendió a setecientos siete, o setecientos diecisiete.
La Matanza duro toda la noche.
El lugar de la masacre de los niños en Jerusalén fue en la parte posterior a la sala de justicia, y no muy lejos de la parte que había sido de Pilatos;
pero en su momento estaba muy cambiada. A la muerte de Cristo, vi caer la fosa en la que estaban enterrados los niños asesinados. Sus almas aparecieron y abandonaron el lugar.
En cuanto a Isabel había huido con Juan al desierto. Después de una larga búsqueda, encontró una cueva, y allí permaneció con él durante cuarenta días. Después, vi que un esenio perteneciente a la comunidad del monte Horeb y pariente de Ana la profetisa, le llevaba comida a Juan, al principio cada ocho, después cada catorce días, y le proporcionaba otras cosas. Antes de la persecución de Herodes, Juan podría haberse escondido en la vecindad de la casa de sus padres; pero había escapado al desierto impulsado por la inspiración divina. Estaba destinado a crecer en la soledad, apartado del trato con sus semejantes, y desprovisto del alimento habitual del hombre. Vi que aquel desierto producía ciertos frutos, bayas y hierbas. El desierto no era estéril ni tan desolador, porque entre las rocas florecían abundantes hierbas y frutos de distintas clases.
En Jerusalén, Herodes mando a reclutar soldados. Ellos recibieron ropas y armas, sables cortos y anchos y cascos para sus cabezas. Todo en relación con la matanza de los niños inocentes. Herodes sumamente agitado, especialmente por la presencia de los Reyes Magos, que preguntaban por el Rey de los Judíos recién nacido.
Así preparo a los menores de 2 años, secretamente ofreciendo recompensas a las madres fecundas.